Galán de los ochenta

La pequeña ginecea tiene un apetito descomunal de ficción y una gran memoria enciclopédica. Ergo, la pequeña ginecea se inicia muy joven en el star system hollywoodense, y antes de empezar a volverse sola en bondi del colegio ya está viciando con E! Entretainment y coleccionando nombres y caras en su cabeza, como en los álbumes de figuritas Cromi que no dejó hace tanto tiempo.

De todos esos personajes que acumula, hay algunos que le caen bien y otros que le caen mal. Y no le gustan los galanes de los ochenta, esos próceres, misteriosamente canónicos. Son feos y musculosos en los lugares incorrectos. Se peinan con fijador. 
Todas las señoras los aman: "Ah, Alec Baldwin... ¡Qué buen mozo!". La pequeña ginecea -tengamos en cuenta que por esas épocas es muy probable que guste de Leo Di Caprio o de un boybandero igualmente rubio- lo mira y lo mira y no entiende nada. No entiende el encanto de este señor extraño, mayor que sus padres (véase: padres). 
Las señoras dicen "Ah, pero cuando tenía 30 años". La pequeña ginecea engancha una película vieja y le parece todo terriblemente grasa. No logra compenetrarse ni 5 minutos con la historia porque la minusa que baila detrás de la persiana americana le parece tan, pero tan aberrante, que cambió de canal en cuanto escuchó el primer saxo porno (véase: saxo porno). 
Las señoras dicen "Nena, si todos los jovatos estuvieran así...". Pero para la pequeña ginecea los sujetos de más de 25 son todos más o menos iguales. Su idea de hombre maduro son los potros de quinto año que, cuando tiene suerte, la chocan por accidente en el pasillo y le dicen "sori" sin mirarla.

Los años no pasan sólo para los galanes de los ochenta. La ginecea va creciendo y su lento despertar erótico-fílmico le permite, muy de a poco, empezar a ver las cosas con nuevos ojos. O mejor dicho, con ojos viejos, porque lo que aprende es a ver las cosas en contexto. Reconoce que el título de galán es histórico, pero también es vitalicio, y eso está bien.
Se pregunta sí, en cierta forma, desear señores también es algo que se aprende. 
Y lo más bello es que admirar a los potros de antaño (y esto no se limita a la década del ochenta, en absoluto) es que en cierta forma se siente más cerca de las señoras que (ahora lo comprende) también fueron adolescentes pajeras, y en el fondo lo siguen siendo. Si tiene un mínimo terreno común con ellas es este: los hombres son re lindos. Y Alec Baldwin se actúa todo. 


1 comentario:

  1. Jaja, mencantó, copio y pego en mi blog. Que no son viejos sino clásicos y la pajerez tb

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