Campanita


Por cada Wendy Darling (o Nala) tratando de hacer madurar a un hombre, hay una Campanita que le dice que está viejo, que antes era chévere, que está saliendo poco, que ya no tiene aguante, que deje de ser tan pollerudo, que está demasiado sobrio, que hace demasiado que no sale a pasear en changuito de supermercado (véase Mosqueteros), que es un vigilante de la Federal.

El problema de Campanita no es exclusivamente la chiruza gigante (véase novia de tu amigo) que le vino a invadir el rancho: el problema de Campanita es que le tiene terror al cambio. Adoraba a Peter y a los demás tránfugas tales como eran antes, como habían sido siempre. Eran felices, eran hermosos, y no iban a morir nunca.

Ojo, su miedo al cambio no es injustificado: tiene que ver con el terror que le tiene a que los pibes crezcan, a que dejen de creer en ella y a que ella, entonces, muera. Porque las hadas, como todo el mundo sabe, necesitan de la fe y la creencia de los otros para sobrevivir.
Y la chiruza gigante está ahí, tratando de hacerlos madurar, de domesticarlos, de transformarlos en hombrecitos como la gente, que no creen en hadas, no juegan a los piratas ni persiguen cocodrilos. La chiruza gigante es el constante recordatorio de su propia vulnerabilidad.

Pero a pesar de eso y en última instancia, lo que va a hacer que la chiruza gigante y ella lleguen a respetarse, e incluso quererse, es el amor sincero por los pibes. Si al final Wendy le perdona su belleza, su flacura, su vestidito y sus alas, es porque entiende que tiene razón. También Wendy conoce la bendición de ser la única mujer entre los hombres.

Campanita revolotea recordándole a Peter que era feliz antes de que lo civilizaran, y que él nunca será un perfecto señorito inglés. Campanita es la portadora de los buenos recuerdos: la guardiana de la infancia, la irresponsabilidad, la roña y la alegría.
Campanita se impacienta pero espera igual, confiada, a que todo vuelva a su equilibrio natural. La gente envejece, pero no cambia nunca. 

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